Mytilini, agosto de 2014 – Sara Ballardini*- PBI ITALIA
Arribando desde Turquia expulpados por la guerra
Escribo de Lesvos, una hermosa isla griega en el mar Egeo. Desde la playa se ve Turquía muy cerca, solo a unas dos horas de ferry. Este pedacito de mar es una de las muchas fronteras “calientes” de nuestra fortaleza Europa. Desde hace varios años hemos aprendido a reconocer Europa como una fortaleza: el intento de nuestros gobiernos es construir barreras insuperables para hacerla inaccesible para lxs migrantes que escapan de sus países e intentan entrar en nuestro continente. Una fortaleza con cuerpos armados de defensa, cercas, puntos de control y una cantidad de víctimas que exige justicia.
En estas islas somos testigos de historias que se repiten muy parecidas en otros países del sur del continente: lxs migrantes consiguen barcos de todo tipo para intentar pasar el mar y arribar a Europa. Muchas veces los viajes terminan en tragedia: el calculo de la ONU (aproximado, lastimosamente, no tenemos datos oficiales) es que este año en el mar Mediterráneo ya han muerto más de 800 personas, que se suman a los más de 23 mil de los 14 años anteriores. Son personas víctimas de las guerras en sus países, que han fallecido en mar, en el intento de escapar a la violencia económica y a la guerra. No hay registros ni nombres para la mayoría de ellxs; vidas que terminan en el mar, sin una investigación ni una explicación, sin que las familias reciban nunca una comunicación o tengan una tumba para llorar. (ver al final Los «Estados fallidos»)
Asilo político vs mirada militar de la migración.
Los ejércitos son responsables de velar por la seguridad de la “fortaleza Europa”; muchos han sido acusados de hacer retroceder los barcos, poniendo en grave riesgo la vida de lxs migrantes: hacen retroceder para que no entren en nuestro territorio, y no tengamos que cumplir con la obligación de auxilio hacia las personas que escapan de la guerra y piden asilo político. Y hay más: hemos firmado acuerdos con gobiernos que sistemáticamente violan los derechos humanos, para que ellos mismos se hagan cargo de impedir que las personas empiecen su viaje hacia Europa.
Y lxs que logran llegar y pasar la frontera? Les cuento lo que estamos aprendiendo a conocer, acá en Lesvos: lxs migrantes llegan, los guardacostas los detienen y los llevan al “campo de primera acogida” (ver foto 1). Así le llaman a lugares cerrados, con cercas y alambre de púas; según la ley, estos migrantes no son detenidos; de hecho, están encerrado y no pueden salir, así como nosotros no podemos entrar a visitarles. Las condiciones son durísimas: lxs que hemos encontrado al salir nos hablan de condiciones higiénicas pésimas, falta de agua y productos de aseo básicos. En estructuras abarrotadas están encerradxs mujeres, hombres, niños, que tienen la única culpa de estar escapando de países en guerra o donde la situación económica no les permite sobrevivir en manera digna. |
El sueño: Escapar de la Guerra
El primer objetivo de lxs migrantes es conseguir papeles para seguir el viaje a través de Europa, en la esperanza de llegar a países que han sido menos golpeados por la “crisis” (la situación en Grecia y en otros países del sur de Europa es todavía sumamente complicada desde el punto de vista económico). Papeles que, en nuestro caso, son un documento de expulsión del país, que permite a lxs migrantes estar 30 días en Grecia sin el riesgo de ser detenidos; justo el tiempo para intentar pasar la frontera hacia el norte y entrar ilegalmente en otro país europeo y… ahí otra vez, con el riesgo de ser detenidos y la esperanza de lograr solicitar asilo político.
La mayoría de las personas que llegan a estas costas tienen derecho a asilo: son civiles que huyen de las guerras en Syria, Afghanista, Iraq, Sudan. Son familias que han perdido todo, y que buscan protección para sus niños. La tragedia nos duele y nos indigna. Las decisiones de nuestros gobiernos no reflejan la posición de tantas personas, que hoy están comprometidas para brindar una acogida digna a estas personas. Aún más cuando nuestros países comparten la responsabilidad en las guerras que expulsan tantos refugiados.
De la solidaridad y la Resistencia:
Acá en Lesvos estoy participando en un proyecto de ECAP (Equipo Cristiano de Acción para la Paz – organización que acompaña también en el Magdalena Medio en Colombia – http://www.cpt.org/es); somos un grupo de voluntarixs que durante 3 meses intentan apoyar las organizaciones locales en la esperanza de empezar luego una presencia más a largo plazo.
Para las organizaciones locales la situación es muy dura. Personas que dedican todo su tiempo a la acogida de lxs migrantes se enfrentan con las dificultades económicas, la situación extremamente precaria y los ataques de los grupos de extrema derecha y de los gobiernos que creen que una mala acogida es una buena estrategia para reducir la llegada de migrantes.
Hace un par de días una voluntaria griega me preguntaba: cómo sería Europa si fuéramos capaces de dar una bienvenida digna a lxs migrantes? Estoy convencida que sería un lugar más digno, con menos violencia, menos odio, menos racismo. Cual es el efecto de este maltrato? Violencia que llama violencia. Más aún cuando las víctimas son menores: justo ayer hemos encontrado un niño de 12 años, separado a fuerza de su tía, porque legalmente no puede cumplir como su “responsable”. Otro niño que se suma a los centenares de “menores no acompañados” que suman al sufrimiento de la guerra, de dejar su país al dolor de ser dividido de lxs que lxs han acompañado en este viaje, para entrar en estructuras (muchas veces no adecuadas) para menores. Otra vez, la detención es la respuesta a la petición de auxilio.
El proyecto de ECAP se suma a muchos (muchísimos!) otros que intentan responder a esta emergencia, cada una con su enfoque y estrategia; construimos redes y mesas de debate y acción para hacer más eficaz nuestro trabajo. No puedo dejar de pensar en el movimiento colombiano mientras participo a este proyecto; vivimos acá (al otro lado del charco…) la misma esperanza, frustración, peleas y responsabilidad. Nos vemos impotentes frente a dinámicas de gobierno que van mucho más allá de lxs ciudadanxs; nos indignamos, y no siempre sabemos como reaccionar; debatimos entre nosotrxs, comparando las diferentes estrategias y decisiones.
En Colombia he aprendido la importancia de las redes de solidaridad; en las comunidades del Chocó lxs campesinxs me han enseñado el sentido de la “malla de la Vida”, que nos involucra a todas las personas que nos sentimos responsables y queremos ser solidarias, así sea en la distancia. Por esto quiero que ustedes también puedan encontrar a través de estas pobres palabras los rostros de tantos hermanos y hermanas que conocen la atrocidad del conflicto armado, y que han empezado este camino hacia Europa en la esperanza de encontrar una acogida digna. Acá estamos, paradxs, para contribuir a esta acogida.
Centro de primera acogida de Moria Foto Sara Ballardini |
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*Sara Ballardini compañera en el sentido más solidario y profundo del compartir, hace parte del equipo de análisis territorial que estamos construyendo en el Colectivo Agrario Abya Yala y desde Somos Abya Yala para la promoción de miradas críticas frente a los conflictos por la tierra y los territorios desde una perspectiva amplia que derrumbe las fronteras de análisis y permita respuestas globales en marco del Sistema Mundo Capitalista
Licenciada en Pedagogía y Magíster en Mediación de Conflictos Internacionales. Es miembro de la organización de observación y acompañamiento internacional Peace Brigades International (PBI) desde 2008, con quien ha trabajado en Colombia durante dos años. Cuenta con una amplia experiencia en el acompañamiento a defensoras y defensores de derechos humanos y comunidades campesinas, indígenas y afro-descendientes. Actualmente forma parte del proyecto de PBI-Honduras, es miembro del equipo directivo del Centro Studi Difesa Civile y colabora en el acompañamiento a personas migrantes y refugiadas con la asociación Il Gioco degli Specchi.
Crónica en Contexto:
«EL ARTE DE LA GUERRA»
Los «Estados fallidos»
por Manlio Dinucci
RED VOLTAIRE | ROMA (ITALIA) | 31 DE AGOSTO DE 2014
Mientras que desde la Libia en llamas miles de hombres, mujeres y niños empujados por la desesperación tratan cada día de atravesar el Mediterráneo –y muchos de ellos pierden la vida en el intento–, en Italia, el presidente Giorgio Napolitano lanza una advertencia. «¡Cuidado con los focos [de tensión] que nos rodean!», comenzando por «la inestabilidad persistente y la fragilidad de la situación en Libia».
Lo que no dice Napolitano, como tampoco lo dice la gran mayoría de los gobernantes y políticos, es que Italia desempeñó precisamente un papel determinante en la creación –en 2011– del «foco» libio al favorecer la agresión externa contra Libia, agresión entre cuyas graves consecuencias se cuenta la hecatombe de migrantes que hoy vemos en el Mediterráneo.
En la costa sur del Mediterráneo, justo frente a la costa de Italia, teníamos un Estado que, según las cifras del Banco Mundial correspondientes al año 2010, presentaba «altos niveles de crecimiento económico», con un aumento anual de su PNB ascendente a 7,5% y que registraba «elevados indicadores de desarrollo humano», como el acceso universal a la enseñanza primaria y secundaria y un 46% de acceso a la enseñanza superior.
A pesar de las desigualdades, el nivel de vida de la población libia era notablemente superior al de los demás países africanos. Prueba de ello es el hecho que unos 2 millones de migrantes, en su mayoría africanos, encontraban trabajo en Libia. Aquel Estado, además de ser un elemento de estabilidad y desarrollo en el norte de África, había favorecido con sus inversiones la creación de organismos –como el Banco Africano de Inversiones (con sede en Trípoli, Libia), el Banco Central Africano (con sede en Abuya, Nigeria) y el Fondo Monetario Africano (con sede en Yaundé, Camerún)– que en un futuro podían hacer posible la autonomía financiera de África.
Sectores tribales hostiles a Trípoli recibieron un volumen de financiamiento y armas destinado a favorecer en Libia la consolidación de la «primavera árabe», que desde el inicio se presentó bajo la forma de una insurrección armada [1], provocando así la respuesta del gobierno libio, y el Estado libio fue destruido durante la guerra de 2011: a lo largo de 7 meses la aviación de guerra de la OTAN y Estados Unidos realizó 10 000 misiones de ataque en las que fueron utilizados más de 40 000 bombas y misiles.
Italia participó en esa guerra implicando en ella sus bases y sus fuerzas militares, pisoteando así el Tratado de Amistad, Asociación y Cooperación que había firmado con Libia.
El mismo presidente de Italia, Giorgio Napolitano, declaraba entonces, el 26 de abril de 2011:
«En recuerdo de las luchas de liberación y del 25 de abril, no podíamos mantenernos indiferentes ante la reacción sanguinaria del coronel Kadhafi en Libia. De ahí la adhesión de Italia al plan de intervención de la coalición bajo la dirección de la OTAN.»
Durante la guerra fueron infiltradas en Libia fuerzas especiales, entre las que se encontraban miles de comandos qataríes, mientras que se proporcionaba financiamiento y armas a grupos islamistas que unos pocos meses antes todavía eran considerados como terroristas. Es altamente significativo el hecho que las milicias de Misurata que lincharon a Kadhafi también se apoderaron del aeropuerto de Trípoli. Se formaron entonces los primeros focos del Emirato Islámico, que posteriormente fueron introducidos en Siria, donde formaron el grueso de las fuerzas yihadistas que más tarde iniciaron la ofensiva contra Irak, desempeñando así un papel perfectamente coherente con la estrategia de Estados Unidos y la OTAN consistente en favorecer la destrucción de Estados a través de la guerra secreta.
«Hoy resulta evidente que cada Estado fallido se convierte inevitablemente en un polo de acumulación y de difusión mundial del extremismo y la ilegalidad», nos dice ahora el presidente [italiano] Giorgio Napolitano.
Queda por determinar cuáles son realmente los «Estados fallidos». Y no son seguramente Libia, Siria o Irak, países que, situados en áreas ricas en petróleo y teniendo una posición geoestratégica importante, se hallan total o parcialmente fuera del control de Occidente y se convierten por ello en blanco de guerras tendientes a destruirlos.
Son en realidad las grandes potencias de Occidente las que, traicionando sus propias Constituciones, han fracasado como democracias, volviendo al imperialismo del siglo XIX.
Fuente
Il Manifesto (Italia) – RED Voltairenet http://www.voltairenet.org/article185131.html