Yamid es un pescador y barequero (cosechador de oro) del cañón del Río Cauca, al igual que Cientos de familias ha sido desplazado por el megaproyecto energético más grande de Colombia, Hidroituango, ubicado en el norte y occidente del departamento de Antioquia, estas familias en su mayoría son descendientes de la etnia indígena Nutabe casi extinta en Colombia, cosechan el oro de forma ancestral a las orillas del gran Caucayako, el segundo río más importante de Colombia.
Al iniciar este camino junto a ellas/os no comprendía muy bien su manera de ver y habitar el mundo, poco a poco he ido aprendiendo y desaprendiendo, lo que es ser un cañonero/a, una cultura maravillosa que se encuentra en peligro de desaparecer por el mal llamado “desarrollo”.
Mientras emprendíamos una expedición por el gran Cañón del Río Cauca, Yamid, me cuenta parte de su historia de vida, cómo aprendió a pescar y barequear con su padre cuando aún era un niño, cómo perfeccionó su arte en el resguardo indígena Jaidukama, al lado de los Emberá Katios otra comunidad indígena que como los Nutabes eran nómadas y hoy están encerrados en un resguardo del que los gobiernos se sienten orgullosos; Yamid, al igual que muchos compañeros/as es trashumante, toda su vida ha estado recorriendo de arriba abajo el Cañón, sus aguas, sus montañas, con cada experiencia vivida junto a ellos/as, reafirmo, que: “sólo se defiende lo que se ama y sólo se ama lo que se conoce” Yamid, carga su casa en la espalda; un plástico, un par de ollas, una para la aguapanela y otra para el arroz, el pescado se lo da el río, así, con mucha tranquilidad y paciencia recorre el Cañón, como si todo pasara y nada sucediera, porque para ellos/as el tiempo no existe.
Su libertad es el principal valor, aún resisten y se niegan a ser esclavizados por el trabajo asalariado que controla sus tiempos y formas de vida, tampoco existe la concepción de acumulación, ellos/as viven el aquí y el ahora.
Yamid me contó las atrocidades que hicieron los “paracos” en estos pueblos cañoneros, me contó su historia, cómo vio la muerte cerca y escapó de ella, su manera de sobrevivir, su manera de resistir, al escucharlo sentí mucho dolor pero también alegría por la posibilidad de estar a su lado, verdadera admiración por su lucha que no es otra que vivir, pero ¿cómo puede una persona soportar tanto, y no derrumbarse?, caer y volver a levantarse, creer, continuar con la esperanza, y sueños, a pesar de todo, ¿Cómo conservar esa sonrisa tan sincera que sale de adentro del alma?
Me entristece, ver cómo el supuesto desarrollo extermina una forma de vida, una cultura, cómo arrasa con la vida, cómo privatizan los comunes de la naturaleza, como le ponen precio a la vida, como poco a poco o más bien de repente, unas personas que han pasado por tanto en esta vida, lo pierden todo. No sólo necesitamos cambios, sino una transformación urgente, civilizatoria, histórica, que supone profundas transformaciones, no sólo en el colectivo sino en las luchas contra el enemigo interno, un cambio en nuestras concepciones, un cambio en la manera cómo nos relacionamos, humanos, no humanos, tierra, agua, montaña, viento… La revalorización de otros saberes, del conocimiento popular, ancestral, aprender a desaprender y en la práctica transformadora, abrirnos a otras realidades, necesitamos un desarrollo, sí, pero que recoja la concepción de las comunidades y su relación con el territorio, que recoja lo ancestral.
En lo que llevo caminando junto a ellas/os he aprendido lo que es la dignidad, a levantarme después de caer, a sonreír, la tranquilidad, que no hay que correr, que no hay prisa, lo que es, será, que “vamos lento porque vamos lejos” el vivir y disfrutar del ahora, sin pensar en el mañana, a recibir las cosas como la vida me las regale, a sentir, la esperanza, el amor, que por muy imposible o difícil que parezca todo hay que continuar, que hay muchos, muchos motivos para vivir y sonreír, muchos motivos para luchar, he aprendido a disfrutar de las cosas simples y pequeñas, pero bellas, que los sueños se pueden hacer realidad, que el mundo se puede transformar con ilusiones, que es mejor la ilusión, a la fría razón, siento que el río y mis compañeros se han plantado en mi corazón como una semilla que germina, me siento orgullosa de luchar al lado de seres tan maravillosos, valientes, fuertes, con un corazón tan grande como las montañas que reposan en el cañón, ahora, los siento como mi familia y espero que la vida nos alcance para seguir compartiendo y construyendo juntos, ése otro mundo, donde quepan todos los mundos, porque hemos comprendido que no es un país, no es una represa, no es un río, es un modelo. Y es la lucha por la vida. Eso es ser cañonero/a
¡Aguas para la vida!
En el enlace un poco más de la historia de Yamid y la denuncia relacionada con el tema de los peces y la desviación del Río Cauca.
Por: Katherin Delgado Franco