Por: Richard Morales
El destino de todo pueblo está determinada por el papel que elige ocupar ante los demás pueblos del mundo. Panamá, cuyo lugar a nivel global gira en torno al uso que le dé a su posición geográfica, constituida históricamente como su principal recurso estratégico, está atrapada en una permanente disputa, entre manejar dicha posición de forma soberana y solidaria, poniéndola al servicio del bienestar de la humanidad como fue dispuesto por Bolívar en la Carta de Jamaica, o corrompiéndola a cambio del enriquecimiento fácil, subordinándose a los más ruines intereses de las potencias imperiales.
Ante esta disyuntiva, nuestra oligarquía, una clase gobernante sin visión de país, ha optado una y otra vez por el entreguismo corruptor, imponiendo el proyecto transitista, que convirtió a Panamá en una zona de tránsito controlada por Estados Unidos, intermediaria en el tránsito de bienes y buques con fines comerciales y bélicos, y cómplice del despojo y depredación de las riquezas de nuestros países hermanos, en forma análoga al papel que cumplimos para el imperio español durante la conquista y colonización de América.
Pero el modelo transitista produce muy poca riqueza a nivel nacional, a excepción de lo cobrado por el servicio de “peaje”, por lo que estas élites oligárquicas han ideado un sistema de enriquecimiento fundamentado en la extracción de renta del monopolio sobre la posición geográfica. Ese sistema es la plataforma de servicios transnacionales, un entramado de sectores financieros, legales, comerciales, inmobiliarios, logísticos y de transporte, conectado por una cadena de complicidades al mercado mundial, diseñada para atraer, captar y repartir entre las élites los capitales sucios provenientes del extranjero.
Las élites utilizan el control del Estado para crear el marco legal e institucional que hace funcionar a la plataforma, ofreciéndole acceso a las empresas transnacionales dispuestas a pagar sobrecostos y coimas al gobierno de turno a cambio de la explotación de obras públicas, concesiones y recursos naturales. Las empresas transnacionales a su vez, están obligadas a procurarse socios locales pertenecientes a la oligarquía, quienes ponen a disposición las facilidades financieras y legales que permiten circular el capital sucio dentro de la economía, que es reinvertido y lavado en proyectos privados, generalmente de especulación con la tierra, bienes inmuebles, alimentos, importaciones, casinos, casas de cambio y valores, y medicamentos, entre otros.
Es un sistema corrupto en sus orígenes, diseñado deliberadamente para atraer a lo peor del mundo, fundándose las riquezas de la oligarquía en la prostitución del país al mejor postor.
Pero para mantener controlada a la población y asegurar la estabilidad necesaria para el funcionamiento de la plataforma, utilizan parte de los recursos del Estado para montar extensas redes clientelares, que envuelven y atrapan a las mayorías en relaciones de dependencia, mediante la oferta de prebendas y empleos a cambio de lealtad y sumisión política. Cada partido, todos respondiendo a distintas facciones de la oligarquía, articula sus propias redes, permitiéndoles dividir a la población y ponerla en competencia entre sí por las sobras del Estado, haciéndola cómplice del sistema de corrupción y evitando de esta forma se organice para luchar por sus intereses comunes.
Hoy el país se encuentra en crisis, con la plataforma de servicios transnacionales amenazada porque ha dejado de serle útil a las potencias, expuesta internacionalmente en toda su podredumbre con el escándalo de los Panamá Papers y Odebrecht. La oligarquía, ciega al derrumbe inevitable del modelo, hará todo lo posible por salvaguardarlo, aunque implique hundir a todo el país con ellos. A menos que los detengamos.
Nuestra es la decisión de permitirles mantenernos como un país corrompido en su servidumbre y dependencia, o de atrevernos a romper con ellos de una vez por todas, para refundarnos como una república libre y soberana que pone su posición geográfica al servicio de lo más altos intereses de los pueblos de Latinoamérica y el mundo. Transformemos al Istmo en un ejemplo de dignidad, un punto de encuentro para todos aquellos dispuestos a trabajar solidariamente en la búsqueda de soluciones a los grandes problemas de nuestras naciones, integrándonos cada vez más en la construcción de un auténtico bienestar común.