Jorge Mantilla*
Epidemia de violencia
El verano de 2018 ha sido uno de los más violentos de los últimos años para la ciudad de Chicago –la tercera más grande de Estados Unidos–, donde en el primer fin de semana de agosto hubo setenta y cuatro personas heridas, de las cuales murieron trece, en incidentes con armas de fuego.
Algunos de estos ataques fueron indiscriminados, afectaron a personas en las reuniones familiares que, por las elevadas temperaturas y como es costumbre en Estados Unidos, se celebran frente a las casas durante esta temporada del año. Además, el baño de sangre provocó el colapso de una parte de los servicios de emergencias de la ciudad y el despliegue de más de quinientos policías adicionales en los barrios más violentos.
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La situación es motivo de debate nacional. Desde finales de 2015 diferentes autoridades y académicos han declarado una epidemia de violencia homicida en Chicago. Los ciudadanos asesinados con armas de fuego desde 2001 en esta ciudad (cerca de 8.400) son más de los que han muerto en las guerras de Irak y Afganistán (cerca de 6.800).
Los críticos de la maquinaria del Partido Demócrata que ha controlado el poder local durante décadas no vacilan en describir amplias áreas de la ciudad como zonas de guerra. Incluso el presidente Trump afirmó en febrero de 2017 que había una parte de Chicago más peligrosa que Bagdad. En 2019, la ciudad llegará por tercer año consecutivo –aunque con una disminución con respecto a 2017– a niveles de violencia superiores a los registrados en 2015.
Actualmente en Chicago cada dos horas y 49 minutos una persona es víctima de arma de fuego y cada quince horas una persona muere por la misma causa.
La ciudad ha hecho esfuerzos enormes para disminuir la violencia: ha invertido grandes sumas, ha aumentado el pie de fuerza y ha creado grupos especiales para frenar el tráfico de armas en una de las ciudades con las normas de comercialización más rígidas de Estados Unidos. Sin embargo, actualmente en Chicago cada dos horas y 49 minutos una persona es víctima de arma de fuego y cada quince horas una persona muere por la misma causa.
Desde los tiempos de Al Capone y la prohibición del alcohol, Chicago tiene fama internacional como centro del crimen, lo cual ha beneficiado a la industria turística. Paradójicamente, la ciudad también alberga la economía más diversificada de Norteamérica, tiene un producto bruto de 690 billones de dólares anuales y emplea de manera directa e indirecta a cuatro millones de trabajadores. Allí, además, tienen sede 36 de las 500 empresas más grandes del mundo según la revista Forbes.
La evidencia analizada por la Universidad de Washington muestra que, en relación con el homicidio con arma de fuego, el caso latinoamericano es aún más preocupante. Junto a Estados Unidos, Colombia, Venezuela, Brasil, México y Honduras hacen parte del 15 por ciento de los países que concentran más del 75 por ciento de los homicidios con arma de fuego en el mundo. En estos países han muerto 6,5 millones de personas por armas de fuego desde 1990.
Aunque la tasa de homicidio en Colombia ha disminuido en los últimos años gracias al acuerdo de paz con las FARC y a los esfuerzos en materia de seguridad ciudadana en las principales ciudades, la aparición de nuevas formas de violencia –contra líderes sociales, por ejemplo– apenas empieza.
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El peligro de las zonas vulnerables
Presidente Donald Trump. Foto: Wikipedia |
Como en casi todas las ciudades con más de un millón de habitantes, el homicidio en Chicago tiende a concentrarse en ciertas zonas. Esto ocurre principalmente en algunos barrios del sur y del occidente de la ciudad, donde habita población predominantemente afroamericana y latina con altos índices de pobreza, acceso limitado a servicios públicos y altos niveles de ingreso al sistema de justicia criminal de Estados Unidos.
En su último libro, The New Urban Crisis, el reconocido geógrafo y economista Richard Florida alerta sobre los peligros del crecimiento económico en contextos de urbanización desigual, donde para millones de familias la vida cotidiana transcurre en condiciones de desespero, segregación y pobreza. Estudios recientes han mostrado que, a pesar del crecimiento económico y de su capacidad como potencia mundial, en Estados Unidos cerca del 40 por ciento de los ciudadanos en edad adulta consideró que en 2017 no pudo satisfacer sus necesidades económicas básicas.
Se trata de zonas de alta complejidad donde –como ocurre en Medellín, según se ha explicado en Razón Pública – se presentan sistemas de gobernabilidad compartida entre organizaciones criminales fortalecidas gracias a su capacidad de matar. Estos son territorios que comparten ciertas características –como lugares para el expendio de drogas, arraigo de las redes criminales entre los residentes y diversificación de los portafolios ilegales, principalmente el de la protección– donde por eso es difícil el control por parte de las autoridades.
Esto sucede con las pandillas en los barrios del sur y el oeste de Chicago, con los “comandos” en Rio de Janeiro, pero también con los “ganchos” en Bogotá o los “combos” en Medellín. En estas dos capitales las intervenciones de las autoridades y las capturas de los líderes del micro-tráfico han producido aumentos en los homicidios por luchas intestinas para quedarse con el mando.
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Hoy en Chicago se sabe de la existencia de al menos 41 pandillas autónomas dispuestas a defender o disputar cada cuadra de su territorio a sangre y fuego. Estas bandas, además, están débilmente alineadas con las dos viejas confederaciones rivales de pandillas: People’s Nation y Folk’s Nation, las cuales mantuvieron cierto orden y aún cierto grado cooperación durante décadas, pero hoy tienen solo el reconocimiento parcial de las nuevas generaciones.
Las autoridades al banquillo
Violencia en Chicago. Foto: Congressman Mike Quigley |
Quizás el aspecto más llamativo del aumento de la violencia en algunas ciudades de Estados Unidos durante los últimos años es el haber puesto en evidencia las dificultades de las autoridades de seguridad y justicia para enfrentar el fenómeno.
Así, la policía de Chicago –reconocida como una de las más robustas del mundo- no hizo ningún arresto en las primeras 72 horas (que son claves en este tipo de casos) relacionado con los trece homicidios que prendieron las alarmas durante el primer fin de semana de agosto.
Más todavía: los últimos estudios sobre esclarecimiento de homicidios –efectuados por centros que tienen acceso a la información pertinente, como el CrimeLab de la Universidad de Chicago– muestran que los asesinatos resueltos en esta ciudad no llegan al 20 por ciento. De los incidentes con arma de fuego, como el intercambio de disparos sin víctimas fatales, solo se resuelve uno de cada veinte.
Hoy en Chicago se sabe de la existencia de al menos 41 pandillas autónomas dispuestas a defender o disputar cada cuadra de su territorio a sangre y fuego.
Es importante que las autoridades colombianas sigan con más cuidado los avances o fracasos en el desarrollo de las estrategias para combatir la violencia que se importaron recientemente al país, como la de “puntos calientes”. La evidencia demuestra que aquellas jurisdicciones donde el esclarecimiento de los asesinatos es bajo tienen una tasa de homicidios que duplica la de aquellas ciudades o distritos donde las autoridades son más eficientes en este respecto.
Dicho de otra manera: los habitantes de ciudades donde no se resuelven los homicidios tienen el doble de probabilidad de morir en un ataque violento que las personas que viven en ciudades donde sí se resuelven.
Por eso es necesario –incluso urgente- que la tasa de homicidios resueltos en cada ciudad de Colombia se haga pública y que se incorpore como un indicador fundamental de seguridad ciudadana. De lo contrario, y como viene sucediendo en Chicago, la desconfianza, la sensación de impunidad y el cinismo sobre la legalidad seguirán haciendo de la violencia y la venganza prácticas legítimas a los ojos de muchos ciudadanos.
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- Publicado Originalmente en Razon Publica. Se reproduce aca con autorizacion de Jorge Mantilla, Investigador asociado del Great Cities Institute, Chicago. jmanti4@uic.edu