De las personas cañoneras ancestrales,
un jaguar puede dar cuenta,
pues con sus rugidos y extensas caminatas
ha conocido a varias de ellas.
Por: Luis Carlos Montenegro Almeida
Las ha visto cazar, pescar, barequear,
nadar, balsear, palear, andar en todas las formas
que jamás se imaginó.
Su fuerza les alertaba y a la vez tranquilizaba.
Un cañonero, tranquilo y sereno
sabe que todo está en equilibrio
al escuchar las sonoridades de los diversos animales
que le han acompañado por décadas
en el bello Cañón del Cauca
Dicen las voces de la historia de estas tierras
que las cañoneras manejan con maestría el aire, el agua, el fuego y la
tierra:
El aire porque lo escuchan y lo sienten en cada milímetro del cuerpo.
El agua porque la tienen fluyendo en sus seres y se conectan con ella en
el Cauca.
El fuego porque los ha movido y permitido sobrevivir a los rigores de la
guerra.
La tierra porque les ha dado la vida, el alimento y la existencia.
Son armónicas en el Cañón, se esconden y se comunican
aparecen y desaparecen, son sombra y son luz,
son seres mágicos que han enfrentado todo tipo de conflictos
y han sabido librar cientos de batallas
Sobreviven a la modernidad impuesta, al desarrollo avasallador,
a la impunidad y mentiras, a la avaricia y codicia de algunas,
así como a la indolencia y egoísmo de otras.
Persisten y resisten colectivamente en su Cañón,
junto al Patrón Mono, peces, picos de hachas, osos, guacamayas,
junto al agüita y todas las relaciones tejidas en sus territorios.
Insisten desde el afecto a reclamar sus derechos
con vehemencia, paciencia y dignidad.
Se niegan a caer en el olvido y ante la mirada elitista,
sus fuegos ardientes y miradas brillantes han de renacer.