Adaptación Basada en Ecosistemas en Poblaciones Anfibias Ciénaga de la Zapatosa Caribe Colombiano

Por: Daniela Sierra Navarrete/ Antropóloga, investigadora Fundación Alma, docente Universidad Externado de Colombia. Anny Merlo Moreno/ Ecóloga, investigadora en Fundación Alma y Valentina Bonilla Palacios, antropóloga, investigadora en Fundación Alma.

En la tercera comunicación nacional de Colombia a la convención marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático (2017), expone, basada en investigaciones[2] del IDEAM[3], la previsión del aumento de la temperatura promedio en el país. Según esta fuente, los efectos negativos de este incremento se manifestarían de forma más cruda en la depresión Momposina, hidrosistema localizado en el Caribe colombiano. En este contexto, tuvo lugar un análisis de vulnerabilidad participativo que permitió la descripción a escala local de la sensibilidad y la capacidad de adaptación de los pueblos anfibios que habitan la ciénaga de la Zapatosa, subunidad hidrológica de la Depresión Momposina.

Pero ¿qué es vulnerabilidad? Teorías de gestión del riesgo y cambio climático la definen como el producto de la relación entre la sensibilidad y la capacidad de adaptación de los sistemas socioecológicos – SSE. Los componentes de los SSE (flora, gente, casas, vías, fauna, puentes, etc) son sensibles por el hecho de estar expuestos a los eventos de variabilidad y el cambio climático: habitar las planicies inundables de la Zapatosa hace a las comunidades sensibles a inundaciones y sequías. Por su parte, la capacidad de adaptación es el conjunto de herramientas y estrategias creadas para responder a la sensibilidad. En la Zapatosa, la capacidad de adaptación se relaciona directamente con el conocimiento profundo que la gente tiene sobre el ecosistema y los usos que le dan, atendiendo a sus pulsos y variaciones, por ejemplo, durante las inundaciones se cultiva sobre trojas y en sequía se riega las plantas de noche.

Para realizar nuestro análisis, se realizó una descripción a escala local de la sensibilidad y la capacidad de adaptación, lo que permitió hacer análisis cualitativos y detallados. En este caso los datos salen de la voz y experiencia de los pueblos, información que resulta muy útil a la hora de afrontar desde la escala local un escenario de cambio climático. Pero, ¿cómo se puede enfrentar? aumentando la capacidad de adaptación a escala de hogares, fincas, veredas y corregimientos, así como atendiendo los problemas que son del orden local y que generalmente se asocian a las formas de usar la diversidad ecosistémica: en este caso el bosque seco tropical, las planicies inundables y el humedal mismo. Es importante mencionar que, si bien esas medidas están al alcance de la comunidad local, se pueden quedar cortas cuando las trasformaciones y la sensibilidad depende de las decisiones y procesos que ocurren en mayores escalas (nacional, regional y global).

La ciénaga de la Zapatosa es un sistema habitado desde tiempos ancestrales. Por el valle del cacique Upar, navegando, pueblos de la familia lingüística Arawak poblaron el bajo y medio Magdalena. La conexión geopolítica de la Zapatosa en el Abya Yala, pasaba por la relación entre pueblos del valle de Upar; el cacique Mompox en la gran isla de Mompox; las civilizaciones del bajo río Sinú; los pueblos del bajo río Cauca; y a su vez, la conexión de estos pueblos de planicie con los que habitaron la Sierra Nevada y las cordilleras a la altura del Perijá, la serranía de San Lucas y el Paramillo. Los pueblos que hoy habitan la ciénaga son una síntesis histórica de la conexión de estos pueblos guerreros, en particular los Chimila y los Bogas esclavizados, que vinieron desde mamá África trayendo otros tipos de palma que terminaron de enriquecer la larga tradición de las palmas tan presente en las planicies de los bajos ríos Sinú, Cauca y Magdalena.

El conocimiento profundo de la gente de la Zapatosa se evidencia en diversas prácticas productivas que parten de la corporeidad y los sentidos, entre ellas el uso de diversas palmas para hacer los techos de casas, escobas, para tejer las paredes, para hacer jugos, vinos blancos y morados. Usan las palmas para tejer esteras, petates, canastos, chichorras. En algún tiempo usaron fibras vegetales asociadas a estas palmas para la construcción de los artes de pesca. Estos pueblos han vivido de su interacción con el bosque seco y la ciénaga; desde antaño pescaron grandes sábalos, bagres, bocachicos, coron coros, picudas, nicuros. Son personas conocedoras de todos los vientos que conectan el océano Caribe con los Andes Colombianos: la Sierra, Morales, la Nevada, el Bajero, Cabrito, entre otros, los cuales identifican por su temperatura, dirección y hora. Son expertos navegantes, conocedores de las distintas corrientes que concluyen allí: los caños del río Cesar, las entradas del río Magdalena, los caños propios de la ciénaga, y los cientos de quebradas que entran y salen. Conocen perfectamente la dirección, ubicación y temperatura del agua. Ven lo que los cachacos no somos capaces de ver. Ven a través del agua sedimentada, leen la temperatura, escuchan el bosque, calculan con increíble precisión el tiempo venidero.

Por ahora, son sociedades pauperizadas y patriarcales, herederas de un orden social esclavista muy potente en el Caribe colombiano. Sin embargo, en su seno reposa una tradición empírica que es fundamental para el mantenimiento y aumento de su capacidad de adaptación. Acá las mujeres juegan un papel fundamental como administradoras de las huertas caseras en donde mantienen hortalizas, frutales, medicinales, energéticos (yuca, arroz, ñame, plátano); como madres comunitarias y familiares; como profesoras; como administradoras de las redes comerciales del pescado; como componedoras (procesan el pescado después de ser pescado); y como pescadoras. “Las seño” son guardianas de una memoria de dignidad y autonomía, y a su vez, son guía de las generaciones de jóvenes y niños que son finalmente quienes asumirán los efectos en aumento del cambio climático. Muchas mantienen la nobleza y la humildad frente al bosque; temen y respetan a la ciénaga y los huracanes. Han creado obras de teatro denominadas, por ejemplo, “el árbol que no quiere morir”, en honor a los mangles rojos que hoy están en vía de extinción. Mantienen una relación estrecha con las plantas de poder, las que sanan. Les gusta aprender y tienen la mente abierta para la interacción e intercambio de conocimiento y semillas. Son ellas una clave contundente para la resiliencia, adaptación y, si es preciso, transición de sus sociedades. No con ello queremos decir que sea única responsabilidad suya generar las acciones de Cuido de la ciénaga y el bosque, pero sí que ellas son imprescindibles en los procesos de adaptación.

Los hombres, en su mayoría principales depredadores del complejo cenagoso, deben asumir los acuerdos que ellas en la práctica lideran, porque si no se hace de manera integral, no funciona. Por ello, es necesario cambiar ciertas prácticas, como sacar los trasmallos desproporcionados que usan para pescar lo poco que queda, dejar de quemar y talar el playón y deben respetar la presencia de las pocas galápagas, boas, rayas, caimanes y manatíes que resisten para recordarnos a todas el poder de la vida.

Lo descrito además atañe, como ya hemos dicho, al aumento de la capacidad de adaptación en la escala local, ejercicio que será inocuo si no se resuelven las variables de riesgo en el orden regional, nacional y global. Es preciso que la política pública entre en transición para disminuir ejercicios extractivistas que tienen efectos directos en la ciénaga como: la concentración de tierras por parte de los latifundios ganaderos y el progresivo robo que desde el siglo XX han venido haciendo a las planicies que le pertenecen al agua; la exagerada concentración de suelo y agua para la agroindustria de palma africana y arroz; la extracción de carbón por parte de La Drummond; el vertimiento de las aguas negras que sirve la ciudad de Valledupar. Todos estos factores, claro está, asociados a los cacicazgos del Valle de Upar que ahora son encabezados por paramilitares, narcotraficantes, políticos corruptos, tenedores de grandes extensiones de tierras, contrabandistas, cantantes de vallenato y por supuesto, nuestros honorables empresarios. Acá es importante recordar que el César es el departamento con la tasa de erosión de suelo más alta de Colombia.

El riesgo lo pone el sistema, lo pone la ausencia de Estado o la presencia de un Estado fallido, incapaz de reconocer la diversidad de nuestras naciones y amañado al capital de hombres de corbata que dejan todos los pasivos ambientales acá y se llevan todos los activos. La capacidad de adaptación en la escala local, la ponen sobre todos las mujeres, niñas, jóvenes, ancianas, sin que sea su obligación. Sin que sea una responsabilidad única de ellas, de nosotras. Es preciso equilibrar la carga. Por ahora, sentamos la palabra con nuestra acción, con la de ellas sobre todo, y seguimos navegando con el propósito de la transformación y la justicia climática.

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