II Encuentro Internacional de Mujeres que luchan. Caracol Morelia, territorio zapatista.

Ana Lilia Félix PIchardo

Durante cuatro días, más de cinco mil mujeres tuvimos la oportunidad de estar nuevamente en territorio zapatista. Respondiendo a la convocatoria de las mujeres zapatistas, mujeres de más de cincuenta países llegamos por diferentes medios hasta el Caracol de Morelia, donde ya se había realizado el primer encuentro de mujeres que luchan en 2018. Ante la grave crisis de violencia patriarcal que se vive en todo el mundo, de manera más alarmante en América Latina -México casi tres mil feminicidios en 2019-; mujeres de todo el mundo acudimos hasta las montañas del sureste mexicano para encontrarnos y encontrar formas para luchar juntas, para estar vivas, para rebelarnos a la muerte y abrazarnos por el puro capricho de querernos vivas.

En ese escenario de muerte, en un país misógino hasta la médula, donde la mezquindad se ha tomado el micrófono para mandatar silencio y desmemoria, las mujeres zapatistas convocan a que las diferentes se encuentren. Nos abren las puertas de su casa sin la obligación de ser como ellas, ni siquiera con la invitación a escucharlas. Las compañeras zapatistas, con la humildad de la que aún nos falta aprender demasiado todavía, nos dicen las queremos escuchar y queremos que digan su palabra, su dolor y su rabia. Porque en un país donde para que sea legítima una denuncia ya tienes que estar muerta, mutilada y desollada, sin que eso te salve del escarnio y las burlas, las zapatistas nos dicen:

Así que sin pena, hermana y compañera, dígalo claro su dolor, llore su coraje, grite su rabia.

Y téngalo claro que al menos nosotras, las zapatistas, le vamos a hacer un lugar en nuestro corazón colectivo y, a través de nosotras que estamos aquí, decenas de miles de mujeres indígenas zapatistas te acompañarán. (Comandanta Amada)

Nada sencillo darse cuenta que cada denuncia hecha por cualquier mujer, de cualquier edad, de cualquier nacionalidad, de cualquier color, es un espejo en el cual nos miramos claramente. Los ataques sexuales desde niñas, la minorización de nuestras vidas, el uso de nuestros cuerpos y nuestras formas de vida como negocio invisible, la violencia física y psicológica en todos los espacios, los chantajes emocionales, la traición de los espacios de lucha y de los supuestos compañeros, la humillación sistemática, el acoso que no para, la burla incansable escondida tras las redes sociales y el anonimato de machos que son todos; todo eso nos mantuvo atentas, constreñidas y con lágrimas frescas en la cara todo el día. No paró. Fue necesario ampliar las denuncias al segundo día por la mañana, sabiendo que aún así no sería suficiente. Todas, con historias amargas a cuestas, decidimos guardar silencio ante la muerte y la violencia sexual compartida por las sobrevivientes o las madres de todas ellas.

Nos abrazábamos ¿qué más? Ese era un momento para abrazar nuestros dolores y sacar la rabia, luego ya pensaríamos en qué sigue, pero ahí, en ese momento, sólo cabía la ternura, para saber que ante la brutalidad todavía somos capaces de estar, de paladear la solidaridad y mirarnos con cariño no con lástima. Fue importante sacar en la voz todos los dolores atragantados, porque llegamos a Morelia desde mundos donde vamos a cada paso pidiendo perdón por nuestra existencia, callando hasta lo más evidente porque además nadie escucha y la indiferencia gobierna todo lo cotidiano. Qué gran Rebeldía estar juntas, observarnos y tocarnos sin el miedo a sentir que nuestra piel guarda inherente el pecado de provocar nuestra propia muerte y laceración.

Nuestra forma de hacer política está ahí, entre nuestros abrazos profundos, danzando entre las redes de miradas compañeras que tejimos esos días. No somos iguales, ya lo sabíamos, no caminamos de la misma manera, lo descubrimos y, sobre todo, no pensamos ni hacemos la lucha de la misma forma. Y sin embargo, pudimos vernos y escucharnos; no sin fuertes diferencias y también malentendidos, estuvimos juntas y seguras, siendo capaces de reflexionar y compartir nuestros pensares y sentires. El segundo día, se organizaron diversas mesas con temáticas específicas, entre tanta diversidad se trató de encontrar los espacios en común para pensar colectivamente la resistencia para seguir viviendo. Mujeres madres, mujeres viajeras, mujeres ciclistas, madres de mujeres víctimas de feminicidio, mujeres artistas, mujeres campesinas, mujeres frente a los megaproyectos, entre muchas otras pequeñas colectividades que se encontraron buscando las semejanzas para dialogar más profundo.

En la inauguración del Encuentro, las compas zapatistas nos preguntaron:

¿Cómo te organizaste?

¿qué hiciste?

¿qué pasó?

Porque acuérdate que cuando fue nuestro primer encuentro, nos comprometimos a que vamos a organizar en nuestros lugares, que ya basta de asesinadas, desaparecidas, humilladas, despreciadas. (Comandanta Amada)

Y, ahí, de la mano de una de mis compañeras y con el corazón aplastado, me queda bien claro que nos falta. Nos ha hecho falta organizar la rabia y estar ahí con las demás mujeres y compañeras, para que el miedo no gane y para que ninguna muerte sea arrastrada por el olvido y que ninguna sienta en la depresión que su dolores son sólo de ella, sin comprender que son de todas y que cada vez que asesinan a una mujer en el mundo todas morimos de a poco;

Hermana y compañera: Tenemos que defendernos. Autodefendernos como individuas y como mujeres. Y sobre todo tenemos que defendernos organizadas. Apoyarnos todas. Protegernos todas. Defendernos todas […] Con uñas y dientes hay que proteger y defender. Y enseñarles a las niñas a protegerse y defenderse cuando ya críen y tengan sus propias fuerzas. Así está la cosa, hermana y compañera, tenemos que vivir a la defensiva. Y tenemos que enseñar a nuestras crías a crecer a la defensiva. Así hasta que ya puedan nacer, críar y crecer sin miedo. Nosotras como zapatistas pensamos que es mejor para esto el estar organizadas. (Comandanta Amada)

Llegó un momento en que algunas mesas terminaron de discutir y se fueron a otras, engrosando los círculos de mujeres si los veías desde lo alto y también muchas más comenzaron a hacer música y echar baile, como de por sí se hizo durante todo el encuentro. Se terminaba el tercer día, el segundo de actividades, y el cansancio emocional era inefable. Tantas emociones y sentimientos abigarrados en corazones físicamente tan estrechos cansan y desbordan. A veces bastaba con cruzar la mirada con el rostro de otra compañera para descubrir que había estado llorando, que seguía con lágrimas secas en las mejillas o que su corazón seguía desbordado, de dolor y de alegría también. Entonces, pues sonreías y seguías caminando,  platicando, bailando o comiendo, pero con muchas emociones de sentir que, al volver a nuestro mundos, ya ninguna sería la misma.

Al día siguiente, el semillero amaneció todavía inundado de mujeres, muchas de ellas comenzaron a regresar al mediodía y otras más durante la tarde o la noche. Un programa cultural se fue armando con participaciones de las que quisieron compartir su arte, mientras otras jugábamos futbol a pesar del sol quemante del mediodía. Un empate llegó hasta penales interminables, porque una pequeña niña zapatista, que era nuestra portera, no dejaba pasar ningún gol, pero tampoco el equipo lograba meter un penal que nos diera la victoria. Al final, mientras en el escenario una standupera regia reafirmaba su derecho a la risa, en la cancha declaramos una victoria colectiva. Nos abrazamos, reímos y gritamos, sabiéndonos juntas más que nunca. Muchas compañeras no esperaron la noche para volver a sus territorios, no sin dejar abierto el corazón a las palabras que nos darían las compañeras zapatistas en el cierre del encuentro.

Después de que se leyeran algunas relatorías de las mesas discusión, hubo un momento de oscuridad y silencio. Había fallado la instalación eléctrica y muchas de nosotras nos concentramos en el patio esperando que llegara la clausura. Cuando se reinstaló el sonido ya todas las mujeres que quedábamos en el semillero estábamos alrededor de la plaza, dando espacio al mensaje que las milicianas repetían para nosotras. Unas mil mujeres vestidas con el uniforme de las milicias zapatistas se colocaron alrededor de la plancha de tierra, estaban delante de nosotras, sólo una cadena de mujeres bases de apoyo se colocó entre las milicianas y las demás mujeres:

Una niña pequeña camina hasta el centro, trae en sus manos una pequeña luz encendida con fuego, la coloca en el piso y luego ella se agacha. Hileras de milicianas comienzan a obedecer órdenes dadas por alguna de ellas, corren en fila haciendo un círculo alrededor de la niña. Algunas llevan un arco grande de madera, que parece construido por ellas para la ocasión; se siguen moviendo desde los costados hasta que se va dibujando una figura con todos los cuerpos de las milicianas: es un caracol. No deja de formarse todavía cuando se ve claramente la inmensidad de la caracola cubriendo a la niña, quien deja de estar a la vista de nosotras. Al final, unas instrucciones marciales nos muestran a las arqueras que salen del centro y se colocan en círculo fuera de la última capa del caracol; apuntando hacia el cielo los arcos preparados, sin soltar flechas, el mensaje queda claro: una niña al centro, protegida por todas, mujeres milicianas zapatistas preparadas y a la defensiva.

Nos quedan las palabras de la comandanta Yesica con el mensaje de las milicianas al fondo como una tarea para seguir organizándonos en nuestros espacios y geografías como mujeres que somos: “Que si cualquier mujer en cualquier parte del mundo, de cualquier edad, de cualquier color pide ayuda porque es atacada con violencia, respondamos a su llamado y busquemos la forma de apoyarla, de protegerla y de defenderla.” Con el trabajo de articular acciones colectivas el 8 de marzo, nombrando a las ausentes, trabajando para volver a estar juntas en un año y que desde las colectividades que somos podamos llegar al siguiente encuentro con propuestas e ideas que nos ayuden a organizar toda la rabia, a seguir vivas y juntas.

A unas semanas del encuentro, luego de estar juntas y de habernos abrazado, luego de recorrer miles de kilómetros para volver hasta nuestros territorios, desempacar sin olvidar lo fuerte que nos sentimos en territorio Rebelde, sólo queda pensar que siempre falta lo que falta. Es decir, apenas comienza el gran trabajo de poder seguir juntas y de ser todavía más mujeres luchando por construir un mundo para todos los mundos que somos, para saber priorizar en nuestras diferencias la lucha colectiva contra la guerra feminicida que no para. Inmensa tarea de no rendirse en medio de tanta persecución y muerte; de organizarnos en mitad de la tormenta capitalista que nos aísla y divide. Ojalá logremos aprender que nuestras fortalezas radican en un ejercicio político sumamente subversivo, lleno de afecto, apoyo y de radical ternura.

Nunca más un mundo sin nosotras!!!

Llegada al Encuentro

Semillero Huellas del Caminar de la Comandanta Ramona

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