Por Alex Aguirre Mairena – Red Juvenil Centroamericana Red Previos
El 18 de abril de 2018, simpatizantes del gobierno de Daniel y Murillo atacaron una protesta de un grupo de pensionados contra la imposición de una controvertida reforma a la seguridad social. Esta acción encendió el inicio de una rebelión cívica espontánea, alimentada por un resentimiento y descontento generalizado a consecuencia del hostigamiento al que han sido sometidos todos los críticos del gobierno, incluidas organizaciones de derechos humanos y prensa independiente desde 2007, año en que Ortega llegó al poder y que desde entonces se ha reelegido inconstitucionalmente tres veces consecutivas.
Las protestas emergieron con fuerza el 19 de abril. Estudiantes universitarios, sociedad civil, miembros de partidos políticos y movimientos sociales se unieron a las diferentes modalidades de protesta. En los meses siguientes, la población autoconvocada montó 58 barricadas pacíficas como protesta; 40 de ellas fueron permanentes y 18 escalonadas. Hasta febrero de 2019 se registraron más de 2000 marchas en todo el territorio nicaragüense, invalidando la tesis de “Golpe de Estado” aducida por Ortega y Murillo. El conflicto dejó 320 muertos, centenares de prisioneros políticos que, hasta la fecha, aún faltan más de 60 por liberar, decenas de miles de exiliados y millonarias pérdidas económicas en el segundo país más pobre del continente americano.
Llegamos al 2020 a casi dos años del conflicto, aún en carne viva debido a la limitación de libertades ciudadanas para la protesta y movilización. La solidaridad ha estado en todas etapas del conflicto, en los meses posteriores a abril 2018 los estudiantes atrincherados en las Universidades UPOLI, UNAN Managua y UNI recibieron el apoyo popular de los barrios y colonias aledañas de forma inmediata, incluso de los departamentos. Las iglesias fueron centros de recolección de alimentos y medicinas, en los alrededores se instalaron puestos médicos y los medios de comunicación nacionales e internacionales, a pesar de la represión, mantenían informando al mundo lo que pasaba, las ciudades y pueblos resonaban con cacerolazos cuando la guardia Orteguista atacaba las barricadas de jóvenes. Con ese misma determinación, refugiaban a los jóvenes que lograban escapar de las masacres, como lo hizo la Iglesia Divina Misericordia el 13 y 14 de julio de 2018.
Cada marcha de cada pueblo era acompañada por altoparlantes, la mayoría de veces proveído de forma voluntaria por un patriota. Las manifestaciones eran multitudinarias con distancias de más de 3 millas, como la Madre de las Marchas el 30 de mayo de 2018. Cuando atacaban algún pueblo, se movilizaban caravanas de vehículos en apoyo y solidaridad; la iglesia católica ha desarrollado un rol importante, sirviendo de refugio y hasta de centro médico, los sacerdotes y monjas lograron rescatar a muchas personas asediadas por la guardia Orteguista. En cada trinchera y universidad se respiraba solidaridad, hermandad y humanismo, lo que llegaba se compartía, entre todas y todos se cuidaban; el ejemplo de doña Coquito la abuelita que vendía agua helada y regaló toda su venta a los manifestantes sedientos es digno de admirar.
En julio 2018 el gobierno y su “caravana de la muerte”, consistente en paramilitares y policías, desmontó todas las barricadas del país, pueblo por pueblo, generando un éxodo masivo de personas y encarcelando a centenas. En este periodo, casas particulares sirvieron de refugios para la seguridad de jóvenes, comités de adultos se encargaron de trasladar a jóvenes por puntos ciegos a Costa Rica y comités defensa formados por abogados asumieron el compromiso de apoyar a los jóvenes que estaban siendo imputados con delitos ligados a “terrorismo”. En 2019 la comunidad de exiliados en Costa Rica y sobrevivientes en Nicaragua han recibido atención psicosocial para la integridad física y psicológica, organizaciones académicas se han solidarizado con becas y oportunidades estudios, así como clínicas y servicios de salud para exiliados y refugiados.
No cabe duda que, aún en un conflicto, la sociedad nicaragüense se une y solidariza frente al dolor de sus hermanos y hermanas, la empatía al dolor ajeno, cada palabra de aliento, cada acuerpamiento a una persona atravesada por el conflicto ayuda a cerrar ciclos, superar lutos y regenerar fuerzas para seguir exigiendo justicias, libertad y democracias, esta fuerza de lucha es la esencia del rostro humano del conflicto en Nicaragua.