Son las 8:30 de la mañana, muero de frio, trato inútilmente de cubrirme la cara con mis manos rozan
Por: Juan Felipe Zamora Tovar
Son las 8:30 de la mañana, muero de frio, trato inútilmente de cubrirme la cara con mis manos rozando mi nariz para alejar el helado viento de los puntos de contacto. Es el octavo día del mes de marzo, entre la emoción, el desconcierto de la ubicación, el infructuoso intento de situarme con mi viejo celular colombiano; pienso que lo he logrado. Lo primero que observo es la intensidad con la que se vive en este lugar es abrumadora, personas de todas las partes del mundo caminan velozmente con sus audífonos conectados o móviles en la mano; sus cabezas gachas casi que ensimismadas en las pantallas de sus computadoras ultralivianas la gran mayoría con un logo de una manzana al respaldo del aparato.
Subo a la estación del tren y busco una persona que me ayude a comprar mi tiket y tarjeta, la gran mayoría me ignoran hasta que un hombre de talla baja con acento de mexicano me dice brincando sobre la registradora “pásese primo, acá todos lo hacemos”, con sorpresa ignoro su concejo; después de estar un par de minutos, viendo como decenas de personas saltaban la registradora y evadían el pasaje, se me acerca una señora mayor, diciendo, ¿es nuevo?, ¿no tiene tarjeta?, tranquilo mijo, pase con esta. Su silueta encorvada y de talla baja, me recuerda a Amparito un amor de señora que me ayudo bastante en mis épocas de periodista en la localidad de Sumapaz, en mi amada, pero ahora lejana Bogotá. Intercambiamos un par de palabras y solo aduciendo me dice “tome el 7 ese lo lleva a la ciudad”.
Un viejo tren de once vagones con un 7 de cabecera principal se aproxima desacelerando poco a poco, entro al igual que unas diez u quince personas, me siento y como suele pasar en mi mente empiezo a viajar en un juego de fantasías, sorpresas y emociones. Edificios residenciales con viejos árboles sin hojas a su alrededor inundan el paisaje. Poco a poco veo acercarse innumerables rascacielos que se aproximan en el horizonte, el tren desciende, y todo oscurece, las habladurías de un par de europeos en un inglés nativo enuncian varias veces Manhattan, con el oído en la conversación ajena ratifico mi destino. Subo a la Estación Central y como un museo de arte moderno me impresiona su arquitectura, colores, olores y energía; salgo de ella y el terrible viento helado impacta de nuevo mi rostro, enrojeciendo mi nariz y apagando un poco mis ojos de inmediato. La impresión es contigua, un lugar de fantasía, pantallas gigantes, iluminan el camino, aunque el frio no merma el entusiasmo acompañado con la fascinación lo dejan en un segundo plano, caminando lento contemplo tan impresionante lugar, ese lugar que siempre soñé, vi en películas e imaginé.
Al siguiente día el clima fue más amable, la temperatura subió y los vientos bajaron su velocidad, al igual que el día anterior me aventuré a seguir conociendo este maravilloso lugar, en este caso un poco más tranquilo. Ya con el tiket y la tarjeta en mano me embarqué en una nueva aventura a tan sorprendente terreno, las emociones eran distintas, más serenas, más tranquilas, más racionales con una óptica de análisis y no tanto de fascinación. Entender el transporte siempre será complejo ya que es el metro más gran del mundo, 14 líneas en 6 niveles con más de 234 estaciones son dificultosas de memorizar. En mi vista las sorpresas son constantes al igual que las comparativas, esto se parece la Chapinero, esto a Timiza, la Roosvelt a la Caracas es su punto más caótico. Son muchos pensamientos en un día, pero una escena en el Subway (metro), me deja perplejo, casi que inmóvil. Después de seguir recorriendo esta zona de Norteamérica tan interesante, cae la noche y junto con ella la frivolidad y los contrastes que expongo. En un tren de regreso a casa constato la teoría antidrogas que promulgó Richard Nixon a principio de los setenta. Un joven se sube al tren a eso de las once de noche en la estación Unión Square, se sienta frente a mi; lo noto un poco desesperado, con los ojos bailando de izquierda a derecha, divisa todo el panorama, se ve impaciente y ansioso, observa su celular en varias oportunidades tornándose una breve calma, al cabo de unos 10 minutos se vuelve a alterar en esta ocasión violentándose el brazo, estimulándose las venas de la parte frontal del codo, mete sus manos en un pequeño morral que trae, saca una jeringa transparente con un líquido de color pálido; ante el asombro una señora compañera de viaje se pone de pie al igual que yo, luego de esto, el joven se entierra la aguja en el brazo introduciéndose velozmente unos cinco miligramos de este líquido, cae desmayado saliéndole sangre del brazo. Eclipsados por la escena y la impresión por lo visto, una vez el tren se detiene en una estación junto con la compañera de viaje nos bajamos cambiándonos de vagón.
La segunda y tercera semana fueron muy parecidas, conocer lo desconocido, aventurarme en un pulpo inmenso acreditado por muchos como la “Capital del Mundo”, aguantar los inclementes vientos del mes de marzo, conocer muchas historias, muchos procesos y sentires que me hacen reflexionar constantemente que se busca en realidad con el sueño americano. En la localidad de Quenns donde vivo se hablan más de 70 idiomas, es un lugar pluricultural lleno de matices que merecen ser estudiados a fondo. La colonia mexicana es sin lugar a duda es la más grande, luego me sorprende el siguiente grupo poblacional, los chinos no solo son el segundo asentamiento en este sector sino quienes desde mi criterio manejan la economía en esta localidad. Después se desprenden grandes grupos poblacionales Centroamericanos, guatemaltecos, salvadoreños, puertorriqueños y algunos costarricenses, los dominicanos están en gran medida en el Bronx. Gran parte de los Sudamericanos están también muy presentes, yo los pondría en el siguiente Top, ecuatorianos, colombianos, venezolanos y peruanos con todos he tenido la oportunidad de hablar compartiendo en diferentes ambientes como lo son: el trabajo, estudio y sobre todo en el día a día. En estas segunda y tercera semana las vivencias y sentires en lo personal fueron heterogéneas ya que dejar de lado el perfil turístico asumiendo como hombre solo la vivencia en esta indeterminada ciudad de ceros fue y aun lo sigue siendo muy difícil.
Navegando en las redes sociales como lo suelo hacer a menudo, encontré un empleo que me llamo la atención. El anuncio decía: “Se necesitan jóvenes emprendedores con capacidad en ventas sin un inglés fluido para efectuar ventas en línea y de manera presencial”, dije, cuento con todos los requisitos; asistí a la entrevista y en efecto quedé seleccionado. Llegó el día de encaminarme a mi primer día de trabajo, me recogió un caleño muy buena onda cerca donde vivo, después de conducir por más de dos horas nos detuvimos en un parqueadero despejado, donde salían jóvenes latinos muy elegantes (lo identifiqué por el hablado). Entre con el compañero caleño y un jovencito de 17 años venezolano, un salón inmenso con música de Feid y Carol G colmado de mesas y teléfonos con personas muy parecidas a mí solo que mucho más elegantes me hicieron sentir acogido, recibiéndome con saludos con la cabeza y las manos. En la media que transcurría la hora de inducción nos explicaron que la idea es vender ollas de una marca determinada, lo cual dije esto es mío, con un pizarrón blanco muy limpio nos mostraron los porcentajes, usted vende veinte mil dólares en ollas y recibe el 10% lo cual es lógico. El evento que me sorprendió y me saco despavorido de este lugar, fue que cuando usted llega a los cincuenta mil en ventas, usted no solo recibirá el 15%, sino que tendrá una mujer u hombre nacionalizado americano para que su regularidad en documentación se efectué de manera óptima, usted no escoge la persona, ellos se lo proporcionan, todo esto por un Social Segurity. Ante el asombro y la impresión que ello me causó recordé un empleo que me ofrecieron en Bogotá hace un par de años con la misma dinámica solo que sin lo del matrimonio. A finales del año pasado dicha oficina fue intervenida por enriquecimiento ilícito y lavado de activos, dije es lo mismo solo que por una regularidad en la legalización.
Después de conversar con varios compatriotas todos cercanos a mi edad, pude concluir tres cosas: el 90% lleva menos de un año y se pasaron por frontera, solo el 10% tuvieron visa, digo tuvieron porque después de estar 180 días en el país se pierde por completo la legalidad del visado, por último; un gran sentir colectivo es que en su mayoría no piensan volver a Colombia, quieren hacer vida acá, ahorrar por los tan deseados “Papeles” y ser un norteamericano más. ¿Pero es Colombia tan mal país para la gente joven?, pues al parecer si, cada vez que camino por la Roosevelt (avenida importante de Quenns), mi profesión sale a flote, casi que por instinto hablo con la gente, les hago reír tratando de conocer sus procesos para así entender y saber llevar el mío. Es que sobrevivir en este lugar no solo es retador sino apasionante.
En los múltiples trabajos que he tenido, he conocido varias personas, entre ellas me llama la atención mucho Lucia, una mujer de veintidós años oriunda de Bucaramanga, madre soltera que se aventuró con su hijo de tres años a viajar hasta México y pasar la frontera caminando. Trabajando vamos conversando, con la cabeza gacha e hiperventilando con los caches rosados me va contando la historia de su llegada a este país; en su relato noto mucho rencor hacia las entidades migratorias sobre todo las mexicanas ya que según ella vivió muchas violencias por parte de ellos, hambre, sed, incomodidad, separación de su hijo y tratos obscenos por el simple hecho de ser una mujer joven. Lleva 10 meses en la gran manzana su hijo ya está en la escuela y viven en un Shelter (Asilo que da el gobierno a los migrantes más necesitados), le ha costado mucho el idioma junto con el clima de las estaciones del año trabaja sesentaicinco horas semanales en tres empleos diferentes, cuyo dinero va directo al ahorro para pagar el abogado y comenzar su proceso de asilo. “Ya estoy acá y todo lo hago por mi hijo, en Colombia medianamente tenía lo necesario, era enfermera vivía con mi mamá, hijo y hermana menor, pero cuando uno se convierte en madre solo piensa en el futuro de sus retoños”. Me asombra la fortaleza física con la que se desenvuelve en el trabajo, carga hasta cuatro sillas que fácilmente pueden superar 80 kilogramos de peso, toma el trapero y la escoba con una facilidad muy notoria siempre ganándole a los demás trabajadores en tiempo y calidad. Como Lucia hay cientos de historias que merecen ser conocidas, millares de personas que buscan un mejor Porvenir en esta enorme metrópoli.
Después de mucho aprender, sentir, reconocer, pensar y vivir en este mes y tres semanas, sentado en mi pequeña habitación rentada y tomándome un café, canalizo mis sentimientos desde la narrativa literaria. Construyo este texto pensando en el niño que jugaba con un balón por las calles de Sibaté, el joven que viajaba con un libro en sus manos por las calles de Bogotá y el hombre que solo pero ensimismado se atreve a aventurase a lo desconocido, y, es que esto es simplemente New York, New York.