Por: Ana Lilia Félix Pichardo. Somos Abya Yala.
Esta semana se llevó a cabo la investidura de la primera presidenta constitucional del estado mexicano.
En la historia de vida independiente del país, es la primera vez que lo simbólico que significa una mujer tomando la banda presidencial y dando el discurso frente al congreso de la unión es diferente. Desde el triunfo electoral en junio de este año, el discurso de la presidenta electa integró la frase “llegamos todas”, que luego repitió en su toma de protesta el día martes primero de octubre. ¿Es un hecho trascendental que una mujer tome las riendas del poder ejecutivo en un país tan machista y misógino como lo es México? Sí y no. Desde la serie de transmisiones en vivo que se realizaron en los streaming de canales oficiales y medios privados, fue posible observar que la crítica a su figura como la nueva presidenta va a estar cargada de insultos misóginos, machistas, sexistas, además de los arrebatos clasistas de una oposición partidaria que no es capaz de autoanalizarse. Claro que es interesante la transformación de narrativas, símbolos, imágenes, rostros, en el sentido de que nos es nuevo y siempre va a ser afortunado que se diversifique en género y demás factores los rostros de la política. Sin embargo, lejos del discurso triunfante de algunas feministas y no feministas pero afines al partido en el poder, yo creo que no llegamos todas ni llegaremos todas. Debemos evidenciarlo, nombrarlo, porque el triunfalismo del feminismo blanco y hegemónico desdibuja no sólo que existe una diversidad de formas de ser mujer en México, sino que también niega una realidad de violencia contra las mujeres, que no es nuevo y no tendría por qué estar ausente del discurso de la primera presidenta del país.
Siendo condescendientes en el festejo de que una mujer, luego de 203 años de vida de México, haya sido elegida como mandataria y comandanta en jefa de las fuerzas armadas; eso no puede ser mayor que la necesidad de una crítica profunda también a lo que eso significa en términos estructurales. Por un lado, es curioso por lo menos que en su discurso de toma de posesión haya gastado toda la introducción en alabar al presidente saliente. Todo bien, pero después, en su recuento histórico, poco o nada menciona de las luchas de las mujeres en el México actual. Nuevamente, es súper cómodo atraer a la palestra a Leona Vicaria, a Josefa Ortiz de Domínguez, a Elvia Carillo Puerto, pero no nombrar el mayor malestar de nuestra cultura contemporánea que es la crisis de feminicidios y asumir la consigna de miles de mujeres en el país: “nos queremos vivas”. No llegamos todas, porque hay una matriz de opresiones que nos colocan irremediablemente en lugares bien distintos, donde la diferencia sexogénerica no es la única ni la peor barrera a vencer para muchas de las mujeres en México. La clase y la raza se cruzan con el género y, difícilmente, una mujer racializada y pobre de cualquier periferia urbana va a poder sortear todas las barreas que indudablemente sorteó Claudia Sheinbaum para poder llegar a ese puesto de poder. Los puntos de partida no son los mismos, nunca los serán, no hagamos nuestra una idealización acerca del acceso a los puestos de poder en la política, cuando por la matriz de opresiones hay mujeres que su lucha más dura es vivir en un país feminicida y narco.
Cuando veía la transmisión, de repente tuve un recuerdo que me conmocionó, porque era yo misma dejando de hacer mis deberes académicos por entrar en la transmisión para ver a una mujer entrando y hablando en el congreso de la unión. Cuando yo tenía exactamente diez años, inventé alguna excusa que mis papás aceptaron -porque eran mis cómplices- para no ir a la primaria y poder quedarme en casa y ver la participación de la comisión del EZLN en el palacio de San Lázaro, era el año 2001. Quien habló como portavoz del movimiento zapatista fue la comandanta Esther y sus palabras me siguen cimbrando “Mi voz no faltó el respeto a nadie, pero tampoco vino a pedir limosnas. Mi voz vino a pedir justicia, libertad y democracia para los pueblos indios. Mi voz demandó y demanda reconocimiento constitucional de nuestros derechos y nuestra cultura.” Entre esos dos momentos, aconteció un universo de cosas, pero también el abismo entre el arriba y el abajo se ha hecho más profundo, porque mientras siguen siendo vigentes las demandas de los pueblos y las mujeres de las comunidades, también la vida de las mujeres no indígenas y pobres de las ciudades, mujeres racializadas y clasemedieras atraviesa muchas más amenazas que antes. Que la nueva presidenta en su investidura no brinde una palabra a esas mujeres que no llegan ni llegarán, como ella dice, porque el país atraviesa una crisis de DDHH, donde hombres y mujeres son desaparecid@s y asesinad@s diariamente; me parece muy grave. Esa negación es un reproche válido para Claudia Sheinbaum, porque no partir de un piso común que es la realidad que nos toca a muchas es enmendar un discurso de paridad sobre una fantasía.
Muchos otros análisis cabrían entre lo que la comandanta Esther representaba simbólicamente en el congreso y lo que representa la llegada de Claudia. Visiones de mundo y posiciones frente al poder, rupturas entre militantes afines a una y otra postura, desencuentros, traiciones a los pueblos, relaciones con el Estado y con el ejército, etc. No somos las mismas, no son las mimas y nunca serán las mismas mujeres el referente para la diversidad de mujeres que somos y de niñas que existen en nuestra realidad mexicana. Despreciando las críticas misóginas y clasistas de esa clase política que conocemos bien y que ahora patalea porque no invitaron al rey Felipe a la investidura, es necesario mantener nuestra crítica desde las mujeres rebeldes que somos. Esa crítica es por la vida, la verdad, la justicia, en un país donde no basta ni bastará que lleguen a la administración del Estado decenas de mujeres, porque el poder es otra cosa y no se han dado cuenta que desde el feminismo blanco o blanqueado no van a cambiar la vida de millones de mujeres que se están rifando en la calle, en sus casas, en sus trabajos, a veces simplemente por mantenerse con vida, pero también por defender su territorio de grandes proyectos extractivos que el Estado impulsa y apoya. Si usted se emociona y llora por ver a una mujer vestida con un bordado istmeño llegando a San Lázaro, está bien, es válido, porque es muy bonito que en nuestra historia hemos visto llegar a los mismos hombres rancios del PRI a ese escenario. Sin embargo, esa mujer, que por los azares y coyunturas llega hoy a la presidencia, no es reflejo de una realidad múltiple y compleja que viven las mexicanas, además de eso, su silencio sobre la violencia de género es el país comunica impunidad, una ceguera deliberada que debemos cuestionar permanentemente, hasta que las víctimas de feminicidio y sus familias sean, por lo menos, nombradas, tratadas con dignidad, abrazadas, apapachadas y no revictimizadas. Sin colores y nubes de algodón, lo mínimo es nombrar el dolor en que vivimos.