Por: Urucum – Somos Abya Yala
¡Despertemos! ¡Despertemos, humanidad! Ya no hay tiempo. Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de solo estar contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal. Berta Cáceres.
En una mirada rápida a la historia, el capitalismo apenas tiene un poco más de 200 años de existencia. Es decir, apenas para el nacimiento de los tatarabuelos/as de los que hoy estamos en los 30s, se configuraba a gran escala esta fase del Sistema Mundo, iniciada en 1492 con la invasión, saqueo y genocidio de Colón, España, Portugal, Inglaterra y Francia de los continentes del Abya Yala (mal llamada América) y de África (Dussell, Wallerstein).
La revolución industrial en el siglo XVIII potenció las relaciones económicas, culturales y políticas del capitalismo, en una fase acelerada de destrucción y explotación de la naturaleza, y con ella, de explotación de mano de obra, que inicia en Inglaterra y Europa Occidental y se extendió rápidamente a los Estados Unidos (Marx, Harvey) en una mirada anglosajona colonial heredada de la filosofía alemana de Kant y la Ilustración, donde el “hombre”, claro, macho y patriarcal, es el centro del “Universo”.
El capitalismo ha sido posible por la explotación a sangre y fuego de los cuerpos y de los llamados “recursos naturales” por más de 500 años, de esas potencias coloniales y, además, “modernas”, “desarrolladas” e impuestas como élite sobre el Sur Global, y la extracción masiva y a gran escala, desde la “edad media”, de oro y plata que posibilitó las inversiones para la síntesis del petróleo y otros minerales y la invención de la energía eléctrica, hoy pilares que condicionan la actual “civilización global” (De Sousa, Galeano).
Millones de seres humanos en el genocidio colonial están detrás de estos orígenes y de la destrucción de la relación entre la naturaleza y el hombre europeo, que marcaron una ruptura para el “hombre moderno” con imposiciones por la fuerza de un imaginario centrado en el utilitarismo y el individualismo, que premió a la economía como la ciencia social y doctrina política del capitalismo. Aún en las versiones prácticas del socialismo, que se vendió como la alternativa al capitalismo desde la revolución bolchevique, ese ideario eurocentrado, donde la naturaleza está al servicio del “bienestar humano”, siguió y sigue destruyendo a gran escala el planeta (Escobar, Gudynas).
Por supuesto, las resistencias y victorias al capitalismo desde siempre han existido y se extienden por el Abya Yala, Asia y África, más allá de los centros coloniales de poder representados en poderes como los del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y sus áreas de influencia. En principio, han sido resistencias vivas de más de 500 años que, con su fuerza e identidad originaria, indígena, negra y campesina, lograron romper las cadenas de la colonización mental a partir de prácticas concretas donde se rompieron las máscaras que el blanco invasor colonizador (Fanon) impuso con sus armas, como referente del bienestar, la felicidad y punto de llegada de la “humanidad”. Ante la arremetida del mercado neoliberal, el poder y las prácticas populares de los pueblos que no quieren vivir como el blanco sin límites, sino conectados con la naturaleza para su protección, han sido y seguirán siendo vivas.
Así que este manifiesto por el fin del capitalismo pasa por sellar y silenciar el dominio simbólico y material colonial, basado en las fuerzas de las armas y la militarización del mundo que expresan y han expresado poderes como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, China y Rusia sobre el resto del mundo en sus respectivas áreas geográficas de influencia. La guerra entre los seres humanos hoy vigentes está marcada por la acción directa o la omisión en genocidios como los del pueblo palestino, la guerra en Ucrania o la guerra hipócrita desde los países del norte contra las drogas que destruye naciones como Myanmar, Colombia, México y Centroamérica.
Asimismo, es necesaria una revitalización del sentido de humanidad derivado de la conexión profunda con la naturaleza y con el planeta, que permita la descolonización mental asociada al consumismo, el individualismo y el terror del “comprar” para poder ser y aparentar, asociado al ideario hedonista de ciudad impuesto desde hace centurias por la imaginación de Platón, Sócrates y Aristóteles, pensando desde una sociedad esclavista donde sus privilegios de hombres blancos y de la élite definieron lo que hoy se conoce como “democracia” y que aún se emula y se enseña en los colegios y universidades a los pobres del mundo, junto con principios venidos de la economía, como el de la engañosa “libertad de elegir” (Friedman).
Ante la expresada conexión entre el capitalismo y el Estado, entendido en su definición básica para mantener el dominio de las armas y de la represión del poder político y económico surgido hace 200 años (Hobbes, Bobbio), las alternativas vivas que han nombrado las mujeres y los pueblos y comunidades indígenas, negras y campesinas del planeta, serán el nuevo referente para ver más allá de la venda patriarcal y racista que sustenta el capitalismo (Gramsci, Cáceres).
La palabra se ha escrito desde la larga noche de los 500 años y aquí la ponemos a retumbar de nuevo. ¡Es tiempo de volver al equilibrio y la armonía! La profecía hopi con los guerreros y las guerreras de los siete colores, desde la selva, el campo y hoy desde la ciudad, se manifiestan con fuerza con la intención recta del fin del capitalismo. No permitiremos la destrucción del planeta y, con la rebeldía propia de la naturaleza ante su agresor, el ideario blanco colonial, y su herencia impuesta, nos manifestamos con el rugido del jaguar y la pantera, desde los territorios del Sur, al vuelo del cóndor y el águila, el quetzal y el torogoz, y con las plantas sagradas. Por la vida y la paz a favor de la biodiversidad, que este manifiesto siga contribuyendo a enterrar y superar el capitalismo.
El futuro será el IE CHO, el Buen Vivir, el Suma Kawsay y el Vivir Sabroso que han sembrado los pueblos desde siempre en esta tierra libre, madura y fértil del Abya Yala.