Por: Diana Cecilia Rodríguez Ugalde*
Los alcances de los despojos tramados con la violencia en esta tierra que anteriormente era cobijada por ese gran espejo de agua que fue el Lago de Pátzcuaro, son evidentes.
Una “orilla” que ya no lo es “porque el lago se está yendo” como lo anticiparon las abuelas, una profecía que recuerdan quienes ahora son mayores, quienes rondan los 70 años: “Mi abuela me dijo que luego nos íbamos a pelear por el agua, yo no le creía, también decía que los hombres se iban a comer los árboles, yo decía – ¡qué cosas dice mi abuela! -, pero ahora lo veo, ella sabía lo que iba a pasar. Ya nos estamos quedando sin agua. Yo creo que la sufre la milpa, el granito no está inflado. Es triste. Estamos acabando con los árboles. Desde el año pasado no iba a Pichátaro, ahora que fui, puro aguacate recién sembrado”.
A lo largo de dos años he tenido el acercamiento a esta región desde una mirada etnográfica y una relación de investigación comprometida, particularmente con la localidad donde trabaja la maestra de primaria con quien colaboro. Durante ese tiempo, me he dedicado a escuchar lo que la gente conversa, he realizado lo que nombro “etnografía de combi”. Ahí, como una pasajera más que se traslada por cerca de 30 minutos en la carretera que alguna vez bordeó el lago, me entero de los despojos constantes, del surgimiento de nuevas violencias y de la perspectiva histórica de quienes allá habitan y con quienes comparto el trayecto: “antes había más agua”, “ahora no se nos dio la milpa”, “sembraron aguacate, se dejaron llevar por el negocio, y ahora no llueve”, “más de 100 pipas al día toman agua del lago para las huertas de aguacate”, “como trabajadora únicamente nos dan 30 minutos al día para comer en la fresa”, mujeres que señalan que tienen que cargar agua de algunos pozos más lejanos para tener en sus casas.
Estas voces se acompañan con un paisaje de “parches” nuevos de aguacates jóvenes en esos cerros que antes eran bosque. De enormes techos de plástico blanco instalados donde antes crecían los hongos y el chaté [En tarasco, significa espina. Según las mujeres del pueblo, es una flor blanca que tiene forma de espina] que las mujeres adultas colectaban siendo niñas para llevarla a la virgen en el mes de mayo. De suelos donde antes borboteaba el agua que ahora es extraída por los freseros y los aguacateros. De un lago moribundo que antes hospedaba achoques [En tarasco, significa ajolote. Es un animal anfibio endémico de los sistemas lacustres en México].
Una región donde los de Driscolls entregan útiles escolares: “si ya nos quitan el agua, de menos que retribuyan. De algo a nada”. Una región donde mujeres, señores mayores y niños comparten que vieron hombres armados que cuidaban un laboratorio instalado en uno de los cerros, donde “ya no se puede caminar tranquila”, donde ahora hay “horas que no son de andar” en la calle, donde las noches ya no son tranquilas ni silenciosas, donde hay balaceras, enfrentamientos y asesinatos de policías durante el día. Donde un señor no local dice “los aguacateros y los freseros son gente muy poderosa… también hay un proyecto con gringos de sembrar 20 mil agaves en la cuenca del lago”.
Y en esa región, en una escuela rural federal, una maestra, un grupo de 13 estudiantes de sexto grado, estudiantes de licenciatura y dos investigadoras empezamos a preguntarnos qué pasa con las abejas. Encontramos que muchas cosas han pasado, pero desde que los bosques comenzaron a ser talados y la humedad comenzó a irse, desde que se desplazó la siembra tradicional y llegaron los nuevos sembradíos del “progreso”, ellas también son cada vez menos. Ellas, tan importantes en esta totalidad de la vida, lo son también para el proceso ritual del Santo Patrono San Francisco. Dice una señora del pueblo: “Al santo le gustan los panales, porque mi abuelo decía que las abejas siempre van en junto, son un equipo y así nos quiere San Francisco”. El vicario, en la casa que le da hospedaje, se acompaña de un panal que es compartido para quienes le visitamos: compartir lo común prevalece aún en medio del despojo, de la sequía, del cambio en el paisaje, del extractivismo, de las afectaciones al ambiente, a la tierra y al pueblo.
¿Qué aprendemos y qué podemos hacer si pensamos desde y con las abejas?
* Investigadora social, latinoamericanista y creadora. Aborda procesos pedagógicos sociales sobre violencias, género, resistencia y territorio en contextos de violencia armada, criminal y extractivista. Sostiene diálogos entre el arte y la ciencia social.
Fotografía tomada por autora Autorización para su publicación: Lago de Pátzcuaro e invernaderos de berries Noviembre, 2023
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